Sábado de primavera y se despierta acompañado. Una cama extraña y un cuerpo casi desconocido. Se despide rápidamente y abandona la habitación entre falsas promesas.
Llega a su casa treinta minutos después, con el periódico en una mano y una bolsa del supermercado en la otra.
Max, su amigo de cuatro patas, le recibe con alegría mientras le pide unas caricias y un paseo urgente. Demasiado urgente ya.
Tantas veces ha pensado en cambiar su perro por el gato del vecino…
Después de las dos vueltas de rigor a la manzana, se abandona un buen rato bajo una ducha reparadora. Se seca y peina delante del espejo. Se mira de frente, de espaldas y de perfil, y sonríe tranquilo, pensando que todavía va a gustar un tiempo más.
Sale a la pequeña terraza con una taza de café y unas deliciosas madalenas de chocolate que, una vez reblandecidas, se deshacen en mil millones de migas en el corto trayecto entre el plato y su boca, cayendo directamente sobre su regazo.
Suena el teléfono y corre para descolgarlo. Mira la pantalla y vacila. El teléfono deja de sonar mientras él lo sostiene firme.
Se deja caer de espaldas sobre la cama, mientras sopla y se acaricia el pelo.
De repente los recuerdos le han invadido todos los sentidos. Cierra los ojos y la ve paseando tímidamente su cuerpo desnudo por casa. La escucha cantar mientras se ducha, pensando que nadie puede oírla. Siempre la misma canción, cada día un ritmo distinto. La piel de gallina cuando la siente, rozando su cuello suavemente, con la puntita de los dedos. Puede olerla. Saborearla.
Abre los ojos y no sabe si alegrarse o entristecerse al darse cuenta que ella no está.
Decide devolver la llamada, con el cuerpo todavía caliente de adivinarla a su lado, pero antes de que empiece a sonar recuerda su amor por la libertad.
Domingo de primavera y se despierta acompañado. Una cama extraña y un cuerpo casi desconocido. Se despide rápidamente y abandona la habitación entre falsas promesas.
¿Cómo puede Peter escapar del país de Nunca Jamás?