lunes, 23 de febrero de 2009

Peter Pan


Sábado de primavera y se despierta acompañado. Una cama extraña y un cuerpo casi desconocido. Se despide rápidamente y abandona la habitación entre falsas promesas.

Llega a su casa treinta minutos después, con el periódico en una mano y una bolsa del supermercado en la otra.

Max, su amigo de cuatro patas, le recibe con alegría mientras le pide unas caricias y un paseo urgente. Demasiado urgente ya.

Tantas veces ha pensado en cambiar su perro por el gato del vecino…

Después de las dos vueltas de rigor a la manzana, se abandona un buen rato bajo una ducha reparadora. Se seca y peina delante del espejo. Se mira de frente, de espaldas y de perfil, y sonríe tranquilo, pensando que todavía va a gustar un tiempo más.

Sale a la pequeña terraza con una taza de café y unas deliciosas madalenas de chocolate que, una vez reblandecidas, se deshacen en mil millones de migas en el corto trayecto entre el plato y su boca, cayendo directamente sobre su regazo.

Suena el teléfono y corre para descolgarlo. Mira la pantalla y vacila. El teléfono deja de sonar mientras él lo sostiene firme.

Se deja caer de espaldas sobre la cama, mientras sopla y se acaricia el pelo.

De repente los recuerdos le han invadido todos los sentidos. Cierra los ojos y la ve paseando tímidamente su cuerpo desnudo por casa. La escucha cantar mientras se ducha, pensando que nadie puede oírla. Siempre la misma canción, cada día un ritmo distinto. La piel de gallina cuando la siente, rozando su cuello suavemente, con la puntita de los dedos. Puede olerla. Saborearla.

Abre los ojos y no sabe si alegrarse o entristecerse al darse cuenta que ella no está.

Decide devolver la llamada, con el cuerpo todavía caliente de adivinarla a su lado, pero antes de que empiece a sonar recuerda su amor por la libertad.

Domingo de primavera y se despierta acompañado. Una cama extraña y un cuerpo casi desconocido. Se despide rápidamente y abandona la habitación entre falsas promesas.

¿Cómo puede Peter escapar del país de Nunca Jamás?

martes, 17 de febrero de 2009

esconderse bajo las sábanas


De pequeña ya se escondía bajo las sábanas.
Se escondía cuando tenía miedo para protegerse. Bajo ellas los monstruos que habitaban su habitación no podían verle.
Todos los días su madre le besaba la mejilla y le arropaba antes de cerrar la luz y desearle felices sueños. Siempre le pareció un momento dulce y aborrecible.
Empezaban a cuchichear cuando se quedaba sola y nunca podía entender nada.

Mamaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! – le llamaba minutos después

Se sentaba a su lado, cogida de la mano, y escuchaba en silencio, pero ella nunca oída nada.
Acurrucada bajo las sábanas el miedo se hacía más pequeño, y el sueño le hacía los párpados cada vez un poco más pesados. A veces se despertaba sin apenas haberse dormido y maldecía que se hubiesen instalado justamente bajo su cama. ¡Con la cantidad de habitaciones que hay en el mundo!

No recuerda el día que dejó de oírles. Imagina que se aburrían y decidieron marcharse a algún lugar donde poder dar más miedo. Los monstruos están hechos para ello.

Pero hay algo que nunca dejó de hacer.

Con un ojo siempre abierto antes de que el sol entre por la ventada, se esconde cerquita de su pecho, casi sin tocarlo, para poder saborear, posiblemente, el mejor momento del día. ¿Hay algo más bonito que esconderse juntos?

jueves, 12 de febrero de 2009

playa de invierno


Todavía hacía frío, y las nubes estaban instaladas en el cielo desde hacía demasiados días. Cenaron con una botella de vino y el sueño les llegó pronto a la cabeza. Se despertaron tarde, con una sonrisa en los labios, sintiendo que se tenían cerca, que la puntita de sus pies podía rozarse en cualquier momento. Hacía poco que soñaban, a escondidas, en escapar a un lugar donde pudieran estar solos.
Cogieron el coche y se marcharon sin saber muy bien donde. El lugar era lo de menos. Las nubes del día anterior desaparecieron, y un delicioso sol, casi de primavera, lo inundó todo con su maravillosa luz y su calor.

La playa estaba desierta. Pequeña, escondida. La arena estaba fría, y las olas llegaban a la orilla gritando con fuerza. Se tumbaron sobre la espalda, y cerraron los ojos, escuchando su silencio.
Se descalzó y se acercó a la orilla. Los dedos de sus pies jugaban a levantarse cada vez que una ola se acercaba demasiado. Se giró para mirarla. Estaba distraida jugando con un mechon de pelo mirando al infinito. La última ola le alcanzó y un escalofrío le sacudió de los pies a la cabeza. Volvió a su lado y se sentó a su vera, muy cerquita. Le besó dulcemente en la mejilla.

El día pasó deprisa. La noche les alcanzó sentados en la vieja cama de una pequeña habitación fría y tal vez desconocida. El calor de sus cuerpos crecía bajo las sábanas.

Cerrados los ojos, con el murmullo del mar en su cabeza, le dijo que le quería.