El sueño y el dolor han dejado huella en tu rostro y no sabes que la puedes borrar.
Lloras las horas y pierdes las lágrimas sin poder ni sentir que el corazón se te ha roto en dos partes para nada iguales.
Te mueves perdida en un tono gris y subes al tren que te lleva a ninguna parte.
Lloras las horas y pierdes las lágrimas sin poder ni sentir que el corazón se te ha roto en dos partes para nada iguales.
Te mueves perdida en un tono gris y subes al tren que te lleva a ninguna parte.
El mismo día, que sigue siendo inesperado, te sorprendes con un té en una mano y una dulce galleta con sabor a canela en la otra. Y ese día, dos duendes, te enseñan una luz que brilla tan intensa que te duele en las entrañas.
Caerte a veces sienta bien. Del dolor uno decide cuanto aprende.
Recuperas cien minutos de sueño. Vives las horas y saboreas las lágrimas. Más saladas y menos amargas.
Te descubres a ti misma corriendo, sin que tus pies lo sepan.
El día más inesperado el gris se vuelve verde. Bajas del tren que te lleva a ninguna parte y te subes al que te dejará donde tú quieras.